lunes, 24 de octubre de 2011

"Noches de Halloween" - Yasumi Murasaki


       Las decoraciones macabras y brillantes, los disfraces y las luces de apariencia provocativa en los centros nocturnos, son algunas de esas cosas que le dan ese toque único a la festividad, haciéndole posible que pueda competir incluso con la navidad.
Es el tipo de noche en la cual nadie se extrañaría de ver a un hombre embutido en pantalones de cuero negro, sentado en una banca a las afueras de un centro comercial. Nadie se indignaría por el estilo de la vestimenta que lleva puesta, he incluso los más cohibidos e hipócritas de mente retrógrada posan sus ojos en su persona, para admirar su silenciosa presencia. Después de todo, no cualquier hombre se vería bien vestido de aquella manera.



       Espera sentado, paciente, con mirada ausente como si pudiera ver más allá del escenario que se presenta ante sus ojos. Nadie lo hace, pero reconoce el deseo casi enloquecedor de acercarse a él que causa en las personas, es algo completamente natural y comprensible, pero prefiere ignorar aquello. Sin embargo, sonríe cortésmente a un grupo de chicas que se han juntado cerca de donde está sentado y superficialmente las escucha cuchichear y reír tontamente, como si aquello fuera un sonido más. Como si todas aquellas voces de diferentes tonalidades y texturas fueran tan solo una melodía de fondo.
       Su semblante es duro, y a pesar de las contrastaciones en su persona, se puede apreciar a través de las pequeñas arrugas casi imperceptibles que es un hombre relativamente joven. Es demasiado, demasiado atractivo. Atrayente a cualquiera. No solo eso, más que atrayente sería la descripción correcta… y aún así, nadie se le acerca. Nadie se atreve a hacerlo. E incluso algunos lo miran con recelo, sin poder apreciar la sensación de calma que el hombre es capaz de dejar en los corazones que suplican silenciosos por si solos. Sin querer hacerlo.

    Una sonrisa triste cubre su rostro a causa del rechazo recibido, y baja la cabeza para no inquietar a nadie. Y el tiempo sigue corriendo. Las chicas que estaban antes han cambiado por otras, ahora el grupo es mixto, y gran parte lleva con orgullo su disfraz de aire sexista. Pasan dos largas horas, un eterno martirio. Pero ya está cerca, no necesita preguntar, lo sabe al sentir aquella sensación muy dentro de sí mismo. Las nubes de los cielos se han tornado de mil colores trayendo consigo lo que él más desea: Oscuridad. Y la oscuridad trae de la mano, la oscuridad lleva casi flotando a una espigada figura que se avienta a sus brazos.

Parte del público se retira, algunos abrumados por cosas que no comprenden y desconocen que se asientan suavemente en su alma, pero con su ser-consciente aún resentido que las rechaza inquieto. Otros, de mentalidad más simple y primitiva, con el deseo aún en sus manos se retiran al ver que no podrán competir con aquella aparición de frágil belleza, aquella figura de delicada constitución que se funde en los brazos de su amante.

Un demonio.



- Vaya Gabe, ese conjuntito que traes te queda de las mil maravillas. —Alburea la figura más pequeña con un toque de burla en su fina voz, sin lograr que emoción alguna cruce por aquel rostro insondable.

Te extrañe, gritan los ojos del mayor antes de regresar su mirada al horizonte.


- Este año me disfracé de una muñeca de porcelana, cree mi propia versión sexy ¿Qué te parece?

- Estoy aterrado, no quiero ni voltear a verte. —Contesta permitiéndose una media sonrisa sin despegar la mirada del cielo desprovisto de nubes.


-¿Que no quieres verme? —La muñeca se hace la ofendida con un puchero exagerado, para luego disimular exageradamente lo más que se pueda sin dejar de parecer disimulado.

El más grande, el gótico, no puede evitar sonreír divertido al ver la pantomima que está armando su pareja. Es una obra de arte, una estrella creada a mano de dioses paganos.
La muy descarada muñeca ondea su vestido presumiendo la interior de alta costura que lleva puesta, y no puede contener por más tiempo la risa.



- Vaya, incluso te has puesto máscara en las pestañas.

- ¡Las pestañas! —Resopla descontenta, pero luego la sonrisa pícara aparece para adornar su rostro. —Es el servicio completo.- Ya veo. —Sonrisa ladina compite contra sonrisa ladina


- Tú… ¿quieres el servicio completo Gabe?

Y se hace el silencio.
Una suave ráfaga de viento mese suavemente los cabellos de ambos cuerpos. Cuerpo alto observa a cuerpo pequeño. Mira la muñeca de porcelana que tiene enfrente, el encaje adornando su vestido, las medias arriba de las rodillas parcialmente escondidas bajo el faldón y aquel pequeño capote en su cabeza, sin contar la descarada evidencia de haberle robado los zapatos a una prostituta.


- Bailarina exótica, cariño. —Le corrige sonriendo como si fuera la verdad más obvia del mundo. Esa había sido la razón de su tardanza.

Sus mejillas llevan un colorete rosa aperlado, y las pestañas falsas coronan aquellos ojos color miel. Sin embargo, no se le veía ridículo, todo lo contrario. Despertaba una extraña lasciva enfermiza. ¿Dónde había escuchado a alguien decir el temor que le tenía a ese tipo de muñecas? Y aunque podrían tener razón para temerle a aquella en particular, no era parte de las demás muñecas, esta era una edición especial. Solo para él.



-Que tanto me ves ahora. —Muñeca se acerca a mancha negra, su voz lo había sacado de su ensimismamiento. Es todo lo contrario a esta. Él simplemente se había vestido basándose en los estándares gótico-dark, con un intenso negro rellenando sus párpados y enmarcando sus ojos ébano. —Hey, ¿qué sucede contigo? No piensas hablar esta noche, eh?
- No sabes que tan malo puedo ser. —Aquel comentario más que fuera de lugar había sido algo desconcertante, por no decir inusual. Ya averiguaría luego…
- Sorpréndeme. —Los ojos enmielados de la muñeca reflejaban en su brillo las luces de neón y los carteles luminosos que los observaban mayormente desde abajo.

Y le entrega esos labios a quien tanto los había deseado ¿Cereza? mientras el faldón del vestido hace una deliciosa presión sobre el pantalón, le araña suavemente con las uñas pintadas de algún color tornasolado, marcando aquel cuerpo como suyo. Y le detienen, le detiene porque no le gusta la extraña delante de él.


- ¿Ahora qué? —El mohín de fastidio recalca su disgusto
- Yo, creo que… —Debía ser cuidadoso con las palabras que usaría, después de todo no quería provocar una horda de asesinatos o algo parecido. —Riehl*, creo que es más que obvio que vine a verte a ti, ¿recuerdas? Fue divertido al principio, siempre lo es. Pero te quiero a ti, no a la marioneta extraña de turno que me presentas por esta noche.
- Si, sobre todo ‘‘verme’’. —Cada vez se hace más evidente su molestia. —Pero bueno, que se le va a hacer si el señorito ya está incómodo.

Una densa e improvisada neblina nocturna va cubriendo la azotea. Los que se encuentran abajo apenas se dan cuenta, las luces de autos y locales que empiezan su rutina al caer la noche presentan un mundo aparte rodeado de aquellas arenas del silencioso desierto. Aquello impide ver el momento en que la ropa esponjada y el maquillaje desaparecen.



- Bien, ya está. Gracias por fastidiarme la noche. —Su voz es un eco metálico en la oscuridad.

La neblina, que resultó ser más bien un vapor negruzco, va disipándose poco a poco al alrededor de las dos figuras. La delicada silueta parada a la orilla de la azotea esta recortada en luz y sombras de un mundo que no es el de ellos, de la muñeca no quedan más que los ojos y el recuerdo.


   Esta noche, las estrellas guardan su distancia ausentes, no vayan chismosas a contarle a su padre al ver al sujeto de cabello ceniciento recorrer con extasiada mesura la piel bronceada de ángel, de una apariencia casi rojiza. El muchacho suspira ante el contacto, después de tanto fuego ardiente la calidez está matizada con un toque de frescor, y el hombre se estremece ligeramente cuando con la tibieza de sus dedos toca aquella piel caliente por naturaleza, como si las llamas le abrazaran el cuerpo aún estando lejos de aquellos dominios. Y bebe la sangre del hombre, la luz que cae en forma de lágrimas de sus ojos oscuros.



Pero no deben detenerse por eso. No perderán el tiempo en cosas que ya han pasado, porque tienen trescientos sesenta y cinco días
y uno más, para torturarse con aquellos pensamientos. Pero solo aquel leve suspiro para poder estar juntos una vez más. Bajan por las escaleras y ya fuera, se dirigen a un lugar donde saben que no se juzgará por ver a un hombre de cabellos cenizos llevar de la mano a alguien que da la ilusión de ser un jovencito apenas rozando la pubertad.


- Apuesto a que no creerían si les dijéramos quién de los dos es el vejestorio, Gabe. —Se sonríe Zariehl, ya más calmado, mientras pasan entre la caldeada masa de cuerpos haciéndose paso para entrar a alguna habitación.

Son seis horas antes de que amanezca el sol. 

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1 comentario:

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